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Escapada a Londres

Los barrios del centro londinense permiten trazar un entretenido recorrido por la historia de la capital británica

Londres es, y fue desde su fundación, una ciudad de comerciantes. Cuando los romanos invadieron la brumosa Britania fijaron la capital de la nueva provincia en la ciudad celta de Colchester, pero los mercaderes que acompañaban a las tropas comprendieron las ventajas del navegable Támesis y construyeron sus almacenes en el punto más cercano al mar en el que la tecnología romana permitía construir un puente sobre el río. Hoy en día la capital del Reino Unido es una de las mayores y más diversas metrópolis del mundo, un crisol de culturas en el que se hablan más de trescientas lenguas y conviven personas de doscientas comunidades étnicas.
El Támesis no solo explica la existencia de Londres sino que, durante siglos, fue también su calle mayor. Miles de barqueros trabajaban en sus orillas para facilitar el cruce, y subir en una de sus barcas era tan común como hoy coger uno de los inconfundibles taxis negros. En la actualidad cruzan el Támesis treinta y tres puentes. En el de Westminster se observa una buena muestra de la combinación de tradición y presente que ofrece Londres. A un lado del puente se levanta el London Eye, la gran noria que, construida con ocasión del cambio de milenio, se ha convertido en una de las atracciones más recientes. Al otro lado se aprecia una vista inmejorable del edificio más emblemático de la capital: el palacio de Westminster, sede del Parlamento británico. Sus espiras neogóticas y su piedra rojiza son particularmente espectaculares por la noche, cuando la iluminación hace que parezca un castillo que emerge de las aguas del río. En el extremo norte del palacio se alza la Torre del Reloj, que con motivo del 60 aniversario de la coronación de la reina ha sido rebautizada como Isabel. Contiene cinco campanas, la más pesada de las cuales es el Big Ben, que ha acabado siendo el nombre popular de toda la torre y se ha convertido en uno de los símbolos más reconocibles y estimados de la ciudad.
Vestigios medievales
El palacio de Westminster fue declarado Patrimonio de la Humanidad a pesar de no ser un edificio muy antiguo. Su construcción empezó en 1840, después de que el castillo medieval ardiera casi por completo, y se terminó hacia 1870. Tres elementos llaman poderosamente la atención durante su visita. Nada más entrar, sorprende encontrarse con una enorme sala rectangular, con el techo sostenido por arcos de madera e iluminada por grandes ventanales abiertos en sus sobrias paredes de piedra. Este espacio es el Westminster Hall, el corazón del palacio medieval (siglo XI), lo único que sobrevivió al fuego. Pocos lugares son tan importantes en la historia de Inglaterra como esta sala. Aquí, además de celebrarse los banquetes de coronación, tenían lugar los juicios a nobles y grandes del reino. Más allá del Westminster Hall está el vestíbulo central del palacio, una sala con forma de rombo conocida como el Octágono, de cuyo techo cuelga un gran candelabro. Está equidistante entre la Cámara de los Comunes, en el norte, con sus característicos asientos verdes, y la de los Lores, en el sur, de asientos rojos. Esta distinción de colores afecta también a los muebles y la decoración, que en el lado norte favorece al verde, mientras que en el sur prefiere el rojo. Los colores llegan incluso a teñir los puentes: el de Westminster, al norte, es verde; el de Lambeth, que cruza el Támesis justo al sur del palacio, es rojo.
Cruzando la calle aparece Parliament Square, donde una modesta estatua rinde homenaje a Winston Churhill (1874-1965), carismático político y premio Nobel de Literatura. Al cruzar la plaza se alcanza el otro gran polo de atracción del barrio del Gobierno: la abadía de Westminster, consagrada en el siglo XI. Vale la pena visitar sus naves cargadas de historia, aunque solo sea por recogerse unos instantes en el Rincón de los Poetas, donde están enterrados, entre otros, los escritores Rudyard Kipling y Charles Dickens, o para contemplar el hermoso techo abovedado de la Lady Chapel, la capilla mandada erigir por Enrique VII en 1503.
El parque de St James
Un breve paseo recorriendo Whitehall, la calle de los ministerios, permite asomarse al inicio de Downing Street, en cuyo número 10 reside el Primer Ministro, pero las medidas de seguridad impiden ver la célebre puerta. Mucho más gratificante es dirigirse al cercano parque de St James y disfrutar de su ondulante verdor y sus árboles centenarios. St James forma parte de la cadena de zonas verdes que cruza el corazón de Londres y que continúa con Green Park, Hyde Park y Kensington Gardens, donde J. M. Barrie situó a Peter Pan (Peter Pan in Kensington Gardens, 1906) antes de convertirlo en un personaje de la literatura universal.
Desde el puente sobre el lago que hay en el centro de St James se divisa la fachada del palacio de Buckingham, enmarcada entre árboles y fuentes. Ese frente cierra hoy el cuadrado del recinto, pero originalmente el palacio tenía forma de «U» y contaba con un arco de mármol como entrada monumental. Cuando se construyó el ala que hace ahora las veces de fachada principal, el arco fue trasladado a una esquina de Hyde Park, donde continúa hoy.
Tras el paseo por St James, nada mejor que coger el metro, bajar en Oxford Circus e ir de compras por Regent’s Street, donde las mejores marcas tienen abiertas sus tiendas insignia. Se dice que el origen de esta calle está en el desempleo que sufrió el país después de las guerras napoleónicas a mitad del siglo XIX. En esa época el gobierno emprendió la construcción de un gran eje comercial, en lo que fue el mayor desarrollo inmobiliario de Londres hasta el momento. La calle fue concebida por John Nash y todos sus edificios tienen una estética unificada, lo que le aporta un ambiente tranquilo y elegante. Hasta hace poco, uno podía descansar de las tiendas sentándose en el Café Royal, el favorito del escritor Oscar Wilde; el local cerró en 2008, pero en septiembre de 2012 reabrió como hotel.
La bulliciosa Picadilly Circus
En el cruce de Regent’s Street con Picadilly Street se localiza Picadilly Circus. Esta pequeña plaza es célebre por los neones y la gran pantalla que ocupa uno de sus lados, así como por la fuente decorada con la estatua de un arquero alado que hay en el centro. A partir de ahí apetece cruzar el barrio del Soho y entrar en Bloomsbury, un trayecto que lleva veinte minutos andando o la mitad si se toma uno de los típicos autobuses rojos de dos pisos. En este barrio tan vinculado a la literatura por los escritores y artistas que lo frecuentaban en las primeras décadas del siglo XX (el Grupo de Bloomsbury), se halla el Museo Británico. Es el centro de arte más visitado del Reino Unido y el tercero del mundo, pues contiene tesoros artísticos de las grandes civilizaciones: desde la piedra de Rosetta hasta los frisos del Partenón, pasando por una de las cariátides del Erecteión y estatuas procedentes del desaparecido mausoleo de Halicarnaso (Bodrum, Turquía).
A esta serie interminable de estímulos visuales hay que añadir la Reading Room, la sala de lectura circular que enamoró a Gandhi y a Bernard Shaw entre otros. El edificio que lo alberga ocupa el centro del Great Court, el patio interior, antes al aire libre, transformado por Norman Foster en un inmenso vestíbulo con cafés en los que comer algo o tomar un té.
Tras diez minutos de paseo desde del Museo Británico se alcanza el corazón de Covent Garden. El barrio recibe su nombre porque está edificado sobre tierras que pertenecieron al «convento», es decir, a la abadía de Westminster. El lugar donde se alza el edificio del mercado (Central Market) fue, en la Edad Media, una plaza en la que los agricultores de los alrededores de Londres vendían sus verduras y frutas. En el siglo XIX se construyó el actual edificio, pero hacia 1960 el tráfico que provocaba un centro de distribución mayorista en medio de Londres obligó a cerrarlo y reconvertirlo en el actual espacio lleno de pequeñas tiendas. Además de sus múltiples comercios, Covent Garden aloja más de sesenta pubs y cafeterías, lugares inmejorables para saborear una cerveza mientras se contempla la actuación de algún artista callejero.
A la vuelta de la esquina está la Royal Opera House, sede de las reales compañías de ópera y ballet, así como de una de las mejores orquestas de Europa. Händel compuso muchas de sus obras expresamente para que fueran interpretadas en ese teatro, y en 1892 ofreció el estreno en Gran Bretaña de El anillo de los Nibelungos, de Wagner. El edificio se erigió en 1856 sobre los restos de un teatro que había quedado consumido por un incendio en 1808. En los últimos veinte años se ha renovado por completo y se ha ampliado hasta incluir el antiguo salón del mercado de flores de Covent Garden, un gran invernadero que hace las veces de salón de actos y lugar de reunión de los aficionados. El resultado es uno de los teatros de ópera con más tradición y, a la vez, uno de los más modernos del mundo.
Esa mezcla de tradición y modernidad es característica de Londres. Media hora en autobús desde la Royal Opera House conduce hasta uno de los lugares en que ese contraste es más evidente: el Tower Bridge (1894), cuyas dos torres son otro de los grandes símbolos de Londres. En la orilla norte se erige la medieval Torre de Londres (siglo XI), quizá la fortificación más antigua de Europa; mientras que en la orilla sur se alza el curvado City Hall o Ayuntamiento, una media esfera diseñada en vidrio por Norman Foster para ser ecológicamente eficiente y minimizar las emisiones de carbono. Este alarde de vanguardismo continúa en esta ribera del Támesis unas calles más allá, pues tras el consistorio se alza The Shard, un rascacielos que, con 87 plantas y 310 metros de altura, es el edificio más alto de Europa y a cuyo mirador se puede acceder previo pago.
No deja de ser curioso que, a modo de último homenaje a la tradición comercial de esta ciudad fundada por mercaderes, muchos de estos modernos edificios hayan sido erigidos en el espacio que antiguamente ocupaban los muelles de Londres. Y es que en eso consiste la gran virtud de la capital británica: hacer de su pasado parte de su presente.

Documentación: pasaporte.
Idioma: inglés.
Moneda: libra esterlina.

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