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Descubre los rincones más bonitos de Dubrovnik

Anclada a orillas del Adriático, en el sur de Croacia, esta ciudad exhibe un patrimonio arquitectónico excepcional.

Parece un milagro que uno de los conjuntos medievales más bellos de Europa se haya mantenido casi intacto a través de los siglos. Dubrovnik, la ciudad de Croacia a orillas del mar Adriático, acumula las influencias de la mejor arquitectura italiana y de la sensualidad oriental. Su reducido casco urbano se ha conservado detenido en el tiempo y ayuda a imaginar los momentos en que la ciudad y su puerto eran rivales de Venecia.
Conviene asomarse al Puerto Viejo desde la puerta de Ploce, una de las dos que daban acceso a la ciudad. Donde hoy se mecen los barcos de recreo, en el siglo XV atracaba una de las mayores flotas del Mediterráneo, protegida por el fuerte de San Juan cerrando la estrecha ensenada. Aquel imperio marítimo nació en el siglo VII en el islote de Ragusium, a escasa distancia de la costa. Entonces el lugar estaba habitado por una mezcla de invasores eslavos y población local que pasó de la pesca a la fabricación de sus propias naves, y después al comercio. La ciudad creció y la isla se unió al continente. Comerciantes astutos y buenos negociadores, imitaron y compitieron con Venecia, logrando ser tolerados por el imperio de Bizancio.
La república de Ragusa
El éxito económico de Dubrovnik en los siglos XV y XVI se logró con una eficiente organización comercial, política y urbanística. La ciudad era gobernada por una oligarquía muy solidaria que controlaba las instituciones. Obedecían a un Rector, cuyo titular cambiaba cada mes para defender con equidad el interés común. En el siglo XV se convirtió en República de Ragusa y comenzó la llamada Edad de Oro, cuando sus doscientas naves comerciaban con Asia Menor, el resto del Mediterráneo y el Atlántico, tenía delegaciones en los principales puertos y dedicaba sus recursos a mejorar las fortificaciones, a embellecer la ciudad, a la cultura y a las artes.
Entrar en el casco viejo de Dubrovnik es sumergirse en la historia del Mediterráneo oriental. La escala de la ciudad es diminuta, casi un decorado por su unidad y perfección. A pesar de que las partes más antiguas del casco urbano son del siglo X, toda la ciudad fue pensada, planificada y construida poco antes del siglo XIV. Las murallas rodean por completo el casco urbano y solo las puertas de Ploce y de Pile permitían el paso. Junto al puerto se abre la de Ploce, integrada en el convento Dominico, que acogía a los viajeros ya en el siglo XIV. Guarda un hermoso claustro gótico en el que crecen las palmeras, así como la mejor colección de pinturas de la escuela de Ragusa (siglos XV y XVI), en especial los polípticos realizados por Lovro Dobricevic y los cuadros de Nikola Božidarevic.
La calle Dominika bordea el convento de los Dominicos y, en sus doscientos metros, desciende rápidamente hacia la plaza Luža o de la Logia, el centro de poder de la vieja ciudad y también antigua sede del mercado. La belleza arquitectónica se acumula en el reducido espacio de la plaza. Cada edificio es armonioso con el resto y expresa la historia de Dubrovnik. La torre del Reloj representaba el poder municipal, la contigua Casa de la Guardia era la residencia del Almirante de la flota, y el palacio Sponza acogía tanto la gestión de las Aduanas como la Casa de la Moneda, tras una bella fachada en la que se mezclan el gótico y el renacimiento.
Separada del resto de edificios se encuentra la iglesia barroca de San Blas, donde se guarda la imagen del patrón de Dubrovnik que muestra en sus brazos una maqueta de la ciudad tal como era antes del terremoto de 1667. En el centro de la plaza se levanta el símbolo de la libertad de Dubrovnik, la Columna de Rolando, que sostiene un mástil donde ondea una bandera blanca. La torre del Reloj da las horas desde una campana que hacen sonar los zelenac, dos figuras de bronce. A sus pies, arroja agua una de las bellas fuentes que diseñó el arquitecto napolitano Onofrio de la Cava cuando realizó el sistema de acometida de aguas a mediados del siglo XV.
En la misma plaza, algunas terrazas de bares ofrecen un punto de vista inmejorable del centro de la ciudad. Hacia el oeste se dominan los trescientos metros de la calle principal, Stradun o Placa, que cruza el casco antiguo hasta su entrada por la puerta Pile. Stradun, ancha y llana, entre sencillas fachadas barrocas, forma un salón urbano que divide el recinto amurallado en dos partes. Hacia el mar se encuentra el barrio más antiguo, con sus calles retorcidas, pequeñas plazas, iglesias y varios palacios. Hacia el norte, aparece la ciudad más nueva, de rectas calles estrechas, en cuesta y escalonadas, cortadas por la calle Prijeko, la única que es paralela a Stradun. Entre las escalinatas se acumulan tiendas de artesanía, con la ancestral joyería y orfebrería de la ciudad, y en la calle Prijeko se suceden los restaurantes para degustar la gastronomía croata y los mejores vinos del país, los dingac y postup, procedentes de la vecina península de Peljesac.
Tesoros de la Catedral
La plaza Luža se prolonga hacia el sur hasta el magnífico palacio del Rector, convertido hoy en Museo de la Historia de la Ciudad, con sus columnas de hermosos capiteles, su atrio y su amplio patio. La escena urbana queda cerrada al sur por la catedral, un edificio de estilo barroco romano, construido sobre el templo románico que mandara erigir el rey inglés Ricardo Corazón de León a su regreso de Tierra Santa. El templo guarda un rico patrimonio pictórico, con obras de Tiziano, de Parmigianino y de pintores de la escuela local de los siglos XV y XVI, mostrando en el edificio del Tesoro (Riznica) valiosas reliquias y trabajos de orfebrería.
Desde la catedral es recomendable bajar al puerto para caminar al borde del agua y contemplar la isla de Lokrum, cubierta de verdor, que protege el fondeadero. Se puede pasear hasta el extremo del bastión de San Juan, que hoy guarda el Museo Marítimo, y apreciar la sólida construcción en piedra y el áspero aspecto que la ciudad ofrecía a quien llegaba por mar.
En el sur de la ciudad, en su parte más antigua, se abren rincones llenos de encanto como la plaza de Ivan Gundulic. Allí se instala un mercado al aire libre donde se pueden probar dulces típicos como las brostulani, almendras azucaradas, las arancici, cáscara de naranja confitada, o los sabrosos higos secos. A pocos pasos, ante la fachada de la iglesia jesuita de San Ignacio, se despliega la magnífica escalinata barroca. En cualquier espacio libre se extienden toldos, mesas y sillas de bares y restaurantes para disfrutar de rincones que parecen detenidos en el tiempo. La presencia de fuentes, la escasa altura de las casas y los monumentos generan una sensación agradable en el visitante y le invitan a disfrutar del paseo contemplando estatuas, farolas y relieves de escudos.
Callejeando desde la iglesia de San Ignacio hacia el oeste se llega en menos de diez minutos a la plaza Milicevic, que marca el otro extremo de la calle Stradun, junto a la puerta de Pile. Esta plaza es una inmersión en el Renacimiento. En el centro se halla la fuente de Onofrio, la mayor de las que ideó el arquitecto napolitano, con dieciséis caras arrojando agua por sus bocas. En el lado norte de la plaza se ubica el convento Franciscano (1317), en el que destaca un bello claustro, románico y gótico, de finas columnillas pareadas. El edificio conserva una valiosa colección de arte y una antigua farmacia que no ha dejado de funcionar desde el siglo XIV.
El terrible terremoto de 1667 destruyó buena parte de los edificios de Dubrovnik, y abrió la puerta al estilo barroco, bien entreverado con las antiguas edificaciones. Tras la reconstrucción comenzó el declive de la ciudad, que terminaría siendo ocupada por las tropas de Napoleón en 1806, perdiendo su autonomía y su riqueza. Desde entonces ha permanecido congelada en el tiempo, a pesar de dos guerras mundiales, de su paso por la Yugoslavia del dictador Tito y de los bombardeos serbios de 1991.
Un fortín inexpugnable
Dubrovnik conserva intactas las fortificaciones que la hicieron inexpugnable. Todavía se puede recorrer a pie el camino de ronda sobre las murallas –algo menos de dos kilómetros–, para contemplar la ciudad a vista de pájaro y la hermosa costa de Croacia. El conjunto defensivo, con las torres Bokar y Minceta, las fortalezas de San Juan, San Lucas, Lovrjenac, y el fuerte Revelín, completan una obra maestra de la arquitectura militar, únicamente perforada por las puertas de Ploce y de Pile, que permitían la entrada sobre sendos puentes levadizos. La eficacia de sus defensas fue absoluta, ya que los enemigos jamás llegaron a asediar la ciudad.
A media hora desde el puerto de Dubrovnik se encuentran el archipiélago Elafiti, del que se pueden visitar las islas Sipan, Kolocep y Lopud, esta última cubierta de vegetación, con la playa de arena de Sunj, una treintena de templos y un valioso convento franciscano. Otra escapada muy apetecible es la isla de Mljet –media hora en catamarán desde Dubrovnik– para visitar el parque nacional que ocupa su mitad noroeste.
Las islas son el contrapunto a la extrema urbanidad que encierran las murallas de Dubrovnik, una obra de arte, donde todo fue pensado, considerado y mejorado constantemente. En la entrada a la fortaleza de Lovrjenac puede leerse «Non bene pro toto libertas renditur auro» (no se debe vender la libertad ni por todo el oro del mundo), el lema de la República de Ragusa. Pero la libertad exigía seguridad y obligaba a vivir dentro de la ciudad fortificada. No es casualidad que dedicaran tanta atención a embellecer el espacio en que habitaban.

Documentación: pasaporte.
Idioma: croata.
Moneda: kuna.

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