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Mahé, Praslin y La Digue concentran los mayores atractivos de este paraíso

Playas coralinas y bosques tropicales en medio del océano Índico

Tendido en el océano Índico, el archipiélago de las Seychelles ha pasado en cuatro siglos de ser un refugio de piratas a convertise en el destino soñado por millones de viajeros. Sus 115 islas –únicamente treinta están habitadas– lo tienen todo para enamorar: sol todo el año, clima tropical, playas coralinas, una flora endémica y una valiosa vida marina. La ruta imprescindible por este paraíso visita Mahé, Praslin y La Digue, las islas que concentran más servicios y también una mayor diversidad de atractivos. 
La primera etapa del viaje es la isla de Mahé, la mayor y la que dispone del único aeropuerto internacional de las Seychelles. Apenas once kilómetros lo separan de Victoria, la capital, que ofrece el primer contacto con los isleños, gente amable de rasgos que denotan una mezcla de orígenes africanos, chinos, indios y
europeos. Esta diversidad étnica ha legado una cultura culinaria, musical, arquitectónica y artística repleta de matices y en la que abundan las leyendas de piratas. Cualquier niño de las islas cuenta a los turistas las hazañas de John Taylor, Jean François Hodoul –el Château Mamelles, de 1804, fue una de sus dos residencias en Mahé– y de otros bucaneros que ocultaron cofres con joyas y monedas de oro en algún lugar del archipiélago. El último tesoro del que se tiene noticia todavía se sigue buscando junto a la playa de Bel Ombre, en Mahé.

 

Varias líneas de autobús recorren la isla tomando la pequeña estación de Victoria como punto de partida y llegada. Montar en estos rudimentarios vehículos es una estupenda oportunidad para compartir asiento con gente que va y viene al mercado de Victoria, trabajadores de la zona y estudiantes que regresan a sus casas al acabar la jornada. Unos pocos kilómetros de ruta en autobús y el viajero ya ha aprendido que es imprescindible gritar «devant!» para que el conductor se detenga.
Plantaciones de té y vainilla
El autobús es un buen medio de transporte para alcanzar las mejores playas: Beau Vallon, Baie Lazare, Anse Royal –tres kilómetros de arena protegidos por una barrera coralina–, Anse aux Pins, Anse Soleil y Anse Takamaka, con rocas de granito emergiendo en la misma orilla. Lugares imprescindibles del interior son las ruinas de The Mision, un orfanato anglicano para huérfanos de los esclavos liberados, y el vecino mirador sobre la bahía de Mahé.
A continuación, hay que seguir hacia Port Glaud para ver las plantaciones que rodean la fábrica donde se elabora té de citronela, naranja, menta y vainilla, un legado del dominio británico durante el siglo XIX. El broche de oro al recorrido por Mahé es el Jardin du Roi, a quince minutos de Victoria en coche. Creado por colonos franceses a finales del XVIII para cultivar especias, este vergel hoy alberga un pequeño terrario con tortugas gigantes de las Seychelles.
La segunda etapa del viaje es la isla de Praslin, situada a 44 kilómetros de Mahé y conectada por catamarán y avión. Con 7.000 habitantes, es la única isla además de Mahé que tiene carreteras y autobuses de línea. Sus playas son de auténtico ensueño, pero el mayor atractivo es el Valle de Mai, un bosque prehistórico declarado Patrimonio de la Humanidad por no haber sufrido cambios desde su origen y por ser el hábitat de uno de los frutos más curiosos del planeta: el coco de mer. Dicen que el nombre responde a la leyenda ancestral de que esta palmera surgió del fondo del océano. Teorías aparte, el coco de mer es el fruto de una palmera que solamente crece en Praslin y en alguna otra isla del archipiélago, como Curieuse y Silhouette. Tarda más de veinte años en dar sus primeros frutos, que pueden llegar a pesar veinte kilos. Pero no es su tamaño lo que más llama la atención, sino su parecido con el pubis y las nalgas femeninas.
Tras el paseo por el valle de Mai apetece sentarse en algún restaurante sencillo a probar la deliciosa comida de las islas mientras se contempla el mar. El gran aliciente de la gastronomía de las Seychelles es que, utilizando la inmensa variedad de frutas tropicales, ha sabido fusionar las influencias francesas, africanas e hindús. El plato estrella es la parrillada de pescado con arroz muy especiado y una ensalada criolla de palmito como acompañamiento.

Las playas de Praslin
Es hora de conocer las hermosas playas de Praslin, la mayoría accesibles con las líneas 61 y 62 de autobús. La más espectacular es Anse Lazio, cuya preservación se ha convertido en una prioridad para el gobierno. La luz de esta isla ha atraído a decenas de pintores locales y extranjeros, que exponen sus obras en galerías o en puestos callejeros. La pintura, la arquitectura y la literatura de las Seychelles, como su cocina, son una armoniosa amalgama de influencias europeas, africanas y asiáticas.
Una corta escapada a la cercana isla Curieuse permite conocer otro de los rincones naturales más valiosos del archipiélago. Aquí crece la palmera del coco de mer, hay manglares frondosos y vive una colonia de tortugas gigantes. El único edificio de la isla es el del museo y centro de visitantes, que ocupa la antigua residencia del doctor que dirigía la isla cuando ésta acogía un lazareto para enfermos de lepra en la segunda mitad del siglo XIX.
La última etapa del viaje a las Seychelles es La Digue (10 km2), la isla que menos parece haber cambiado en el último siglo. El trayecto en barco desde la cercana Praslin apenas dura media hora y desembarca en La Passe, un pintoresco puerto con tiendas que ocupan casas de arquitectura criolla. Durante un recorrido por el interior se observan antiguas casas coloniales, senderos y alguna pequeña carretera –casi nueva porque no existían hasta hace unos pocos años– para dar paso a las bicicletas y a los carros de bueyes.
La Digue es la isla con mayor riqueza ornitológica del archipiélago, algo fácil de comprobar a lo largo de una excursión a pie o en bicicleta, en la que es posible ver el papamoscas negro, la única ave del paraíso que queda ya en las Seychelles. Entre los enclaves ineludibles de la isla conviene mencionar la Union Estate, una vieja plantación de coco y vainilla que contiene además una fábrica de copra –la pulpa de coco era una mercancía muy apreciada en el siglo XIX–, un terrario con tortugas gigantes y un cementerio donde reposan los restos de los primeros colonos franceses. A unos pasos de la mansión aún se ve el molino y el buey girando para prensar la pulpa de coco.
¿rocas o esculturas?
No hay que andar mucho desde el molino para alcanzar la playa más bonita de Seychelles: Anse Source d’Argent. Enclavada justo en medio de la costa occidental, basa su atractivo en las rocas graníticas que, como lomos de ballenas o como puntiagudas crestas, destacan sobre la arena blanca y las aguas transparentes. La gente de la isla explica que Ian Fleming, tras visitar el archipiélago en 1958, se inspiró en este paradisiaco rincón para escribir la novela Sólo para tus ojos de su agente James Bond. Ante tanta maravilla, no sorprende que sea la única playa que cobre entrada.
Anse Source d’Argent es bellísima pero las mejores playas de La Digue para disfrutar de un baño en el Índico son Anse Patates y Anse Sevère, en el sur. Sus aguas tranquilas son idóneas para practicar el buceo con tubo y aletas y saborear un cóctel de frutas sobre la arena blanca.

Documentación: pasaporte
Idioma: inglés, francés y criollo.
Moneda: rupia de Seychelles.
Salud: Se recomienda beber líquidos y protegerse del sol.

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