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El Camino Francés desde La Rioja a Castilla

El tramo intermedio del Camino Francés, de relevantes monumentos, se inicia en tierras riojanas y culmina en León

Tras dejar atrás Logroño, la ruta jacobea se interna en la llanura castellanoleonesa, uno de los tramos más carismáticos y bellos, aunque también duros. Es verdad que la transición será suave, y que después de la capital riojana vienen aún dos etapas solo con ondulaciones, donde las viñas puntean un paisaje amable. Pero tras Santo Domingo de la Calzada, última gran población riojana, el caminante se hará experto en horizontes lejanos donde cielo y tierra parecen prolongarse hasta el infinito.
En las dos jornadas por La Rioja, el peregrino pasará por Navarrete, pueblo famoso por sus talleres de cerámica y por sus bodegas, y por Nájera, la antigua capital del reino de Navarra donde, bajo el soberbio claustro del monasterio de Santa María la Real, se conserva el Panteón Real en el que yacen los primeros reyes navarros. Y por supuesto Santo Domingo de la Calzada, la «Compostela riojana» que debe su nombre y existencia a uno de sus benefactores, santo Domingo. Hoy el peregrino no puede abandonar la población sin disfrutar de un ahorcadito, el típico dulce de hojaldre relleno de almendra.

 

Sin embargo, la referencia histórica y monumental más importante de estas vegas riojanas se halla unos 20 kilómetros retirada de la ruta, hacia las laderas de la sierra de la Demanda, donde los antiguos caminantes se desviaban para rezar. Son los célebres monasterios de Suso y Yuso, en San Millán de la Cogolla.
Cuna del castellano
El convento de Suso (sursum, el de arriba) se erigió sobre un eremitorio excavado en la roca, en el que vivieron san Millán y sus seguidores. En él fueron encontradas lasGlosas Emilianenses, con las primeras palabras escritas en romance castellano. Los reyes de Navarra ordenaron más tarde construir otro monasterio en el llano: Yuso (deorsum, abajo), edificio del siglo XVI donde destacan la iglesia y la recargada sacristía.
Redecilla del Camino es el primer pueblo de Burgos. A partir de él los peregrinos se internan en Castilla, aunque no llegan aún a sus llanadas. Eso sí, antes de llegar a Villafranca deben salvar los montes de Oca, antaño una etapa temible por los bandidos que campaban en sus bosques. Hoy los peregrinos modernos la salvan sin apenas dificultad, guiados por las flechas amarillas de una pista forestal que encuentra al final de etapa la recompensa del monasterio de San Juan de Ortega y su emplazamiento solitario, donde se respira tranquilidad.
La bajada de los montes de Oca lleva directamente a Burgos y ahora sí, Castilla se manifiesta en su plenitud con horizontes infinitos hasta Santiago. En Burgos se encuentra la catedral, joya del gótico peninsular, y un albergue excelente; la capital burgalesa llegó a contar con más de 30 hospitales para peregrinos.
El viaje sigue y antes de Castrojeriz, donde aguardan varias iglesias y una colegiata a los pies de su castillo medieval, se pasa por las evocadoras ruinas de San Antón (siglo XIV), un hospital de peregrinos construido sobre el Camino original y antaño famoso por las «mágicas» curas que realizaban sus monjes.
Etapa de templarios
Mágica es también Frómista, final de la sexta etapa del Codex Calixtinus (manuscrito del siglo XII) y centro agrícola desde época romana. La riqueza que generaba el grano permitió construir en 1066 un convento del que queda la iglesia de San Martín, brillante prototipo del románico jacobeo. En Frómista se puede hacer un alto para reponer fuerzas en el mesón Los Palmeros, una antigua hostería convertida en restaurante, o llegar a Villalcázar de Sirga y degustar un menú medieval en el histórico Mesón de Villasirga, a base de sopa castellana, morcilla de cebolla y el plato estrella de la zona: el lechazo.
La etapa a Carrión de los Condes es quizá la más plana de toda la traza jacobea. En ella el peregrino debe hacer acopio de ánimo para superar la monótona horizontalidad que le exige un ejercicio de paciencia, mientras camina paralelo a la carretera nacional y avanza por la sedienta meseta palentina, atravesando pueblos que parecen deshabitados. Al fin aparece Carrión de los Condes, un enclave que ya el monje del siglo XII Aymeric Picaud describió como «activa ciudad, rica en pan, en vino y en carne».
Día y medio más tarde, sin que el paisaje cambie un ápice, aparece Sahagún, ya en tierras de León. Se la llama la capital del románico pobre por las iglesias de este estilo que alberga, construidas con humilde ladrillo de barro cocido en vez de sillar de piedra. Ya solo queda otra etapa y media hasta León, cuyas torres de la catedral anuncian al peregrino la llegada a otra gran ciudad en la que reponer fuerzas y restañar heridas, antes de afrontar los montes de León, último obstáculo previo Galicia.

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